A mi hija Antonia le debo mi nuevo ser, le debo el nuevo jardín que ha florecido formando en mí una Corona y un ajuar colorido, dirán los no creyentes que el amor no lo puede todo, pero créanme es mi verdad, tan fuerte como una muralla.
Les juro que le debo todo.
A ti hija mía, déjame decirte dos cosas: vive y ríe.
A mi hija le debo mi alegría y las estrías de mi vientre, el cabello desordenado, las ojeras, los trasnochos, le debo lo posible y lo imposible, lo invisible y lo visible, lo intangible y lo tangible, le debo la catedral santa que emerge en mi corazón, aquel que profesa un juramento eterno.
Hija tienes una madre sencillamente intensa a la hora de amar, a la hora de todo, y es que como no serlo, si me estremeces desde lo mas profundo de mis pensamientos, excavando a fondo buscando entre tesoros y vivencias, entre miedos y ansiedades, entre llantos y sollozos, entre nubes y lava.
Tu nombre ya estaba tatuado en mis venas, ya habías nacido en el libro de mi historia como el capítulo donde los que no creían, creyeron.
Cada día que pasa veo el cielo azul correr por mi frente, el frenesí de mis pupilas, el desgaste de mis uñas mordidas, veo tu reflejo en las cosas hermosas de la creación de un Dios bondadoso y generoso.
Me siento en cuclillas abrazando mis rodillas y durmiendo en ellas cuando el tiempo me castiga lejos de ti, nada es más perfecto que tú.
Antes que llegaras a mi vida, daba vueltas pensando en las desgracias mentales de mi personalidad, en el desorden y el mal tiempo de mi vida acelerada, no tenía ni penas ni glorias.
Antonia veo tus manos recorrer las mías, veo tus ojos mirando los míos fijamente, veo tu boca con la forma de mis labios, tan finos como las hebras de tu cabello desmechado, como tus ojos vívidos, como la raíz de tu dedo índice que se planta sobre el piso dejando un agraciado brillo a tu paso.
Provocando en mí la ternura y la protección, deseando abrazarte y acurrucarte en mi pecho cada noche, siendo como el camino de luz que deja la luna al reflejarse en el agua, eres un dulce Caracol metidito buscando el calor de su diosa madre, porque me miras con el amor que yo miro a tu padre y sé como se siente estar así de ilusionado.
Hija te recuerdo que mi imperfección hace detener todo a nuestro alrededor, pero mi devoción está intacta.
Eres la luz delicada y ligera, el lucero, el arcoíris, el sol, eres toda resiliencia, tan bella como las flores, por eso llevas ese nombre, hija de poetas, nieta de artistas, bisnieta de luchadores, tataranieta de los inmarcesibles.
Les juro que le debo todo.
Autor: Una madre feliz.
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