Anochece dispuesta y disuelta el cabello se suelta. La noche erecta y recta en el recto temblor de la soberana del gemido titila en mis manos como una cenicienta sedienta de manzanas prohibidas. ¿Que tanto son mil días, para pervertirla y convertirla en desopilante hembra? ¿Qué tantas horas pueden al revolverse y disolverse la luna en las olas en el justo instante en que nos arrancamos los vestidos y perdemos la compostura de ciudadanos ilustres y además mandamos al carajo los persistentes y decentes principios que al principio nos acuñan? ¿Qué tantos pueden ser 40 y tantos calendarios mirando crecer sus pezones frente al espejo y ninguna flor se dilapidó el día que la desfloraron sobre la mesa del comedor después de la cena? (Que renazcan las mañanas cubiertas con sus rizos y sus risas de sexo severo y nos devuelvan, desposeídos, a la nueva noche donde vienen anunciadas, como viciosas efemérides, el alud