Me considero fanático del orgasmo
femenino, es simplemente exquisito, enloquecedor, excitante, sublime. Tenerla
frente a mí masturbándose o estar dentro de ella penetrándole intensamente,
fuertemente, para hacerle sentir esa ola de placer inconmensurable, de placer
infinito, de sensaciones indescriptibles que se adueñan de su cuerpo en el
culmen de intensidad sexual que dura sólo segundos, pero que tan sólo segundos
te hace perder la razón. Infierno fulminante, paraíso divino, el placer más
intenso que la mujer pueda sentir, ¿cómo no enloquecer ante este acto? Que se
apenen los pobres de mente, hipócritas que guardan el deseo y el placer para
esconderlo bajo una falsa moral que tiran a la basura al llegar a casa y poner
en la computadora videos de pornográficos y fotos de mujeres desnudas, que a
los únicos que engañan es a ellos mismos y a la naturaleza humana. Yo amo ver a
la mujer desnuda, sin complejos, ni ataduras morales, conocedora de su cuerpo y
de su mente, que no tenga miedo de mostrar ante el hombre, debajo y por encima
de las sábanas todo lo que tiene, lo que es y lo que siente. Me encanta sentir
y observar como el clítoris se contrae, como su cuerpo se sacude, sus pezones
endurecen, el corazón se acelera y las pupilas se dilatan, la piel se eriza, los
espasmos aparecen, gritos y gemidos incontrolables armonizan esa explosión de
deseo y placer que resulta en la segregación de ese líquido de exquisito sabor,
maremoto sensual que culmina satisfactoriamente con la relajación y el sosiego.
Si me han de señalar, de colgar, de crucificar, que lo hagan. No me cansaré de
decirlo, amo el orgasmo femenino, el sabor de ese néctar, de ese líquido
blanquecino.
Autor: Anónimo
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